El incidente con el sombrero


tomado del libro Historias de la palma de la mano
de Yasunari Kawabata








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Boshi jiken,1926


Era verano. Cada mañana los lotos del estanque Shinobazu de Ueno se abrían con un estallido maravilloso.
El incidente que aquí se narra tuvo lugar en el puente que cruza el estanque, la noche dedicada a la observación de la luna.
La multitud que había acudido a disfrutar del fresco se apretujaba contra la baranda del puente. Soplaba una brisa del sur. Mientras las leves cortinas de los negocios de venta de hielo colgaban inmóviles en la ciudad, una delicada brisa corría aquí, haciendo del reflejo de la luna en el agua un pez con escamas doradas. Pero todavía no lograba perturbar a las hojas de loto.
Los paseantes que habitualmente se acercaban en busca del fresco nocturno conocían el recorrido de la brisa. Puntualmente cruzaban el puente, pasaban por sobre la baranda metálica, y se quedaban parados en el borde. Se descalzaban, colocaban los zuecos de madera uno al lado del otro y se sentaban sobre ellos. Luego se quitaban los sombreros y los sostenían sobre las rodillas o los dejaban a un costado.
Los carteles luminosos se esparcían hacia el sur del puente: hotan, blutose, píldoras utsu para el corazón, dentífrico león .
Unos paseantes, con aspecto de artesanos, estaban conversando.
—Hotan tiene el cartel de neón más grande. Es una compañía bastante antigua.
—Es el mayor establecimiento por estos lugares, ¿no?
—Últimamente, hasta Hotan anda mal en los negocios, ¿no es así?
—Sí, pero en ese tipo de medicamento, Hotan es el mejor, sin duda.
—¿Sí?
—Claro. Jintan sólo vende porque hace mucha publicidad.
—¡Maldición! —gritó un hombre joven que estaba a unos dos o tres lugares de distancia, al tiempo que se asía del borde del puente y miraba hacia abajo. Un sombrero de paja flotaba en el estanque.
Los paseantes que lo rodeaban contuvieron la risa. El hombre a quien se le había caído enrojeció e inició su retirada.
—Eh, usted. —se oyó una voz decidida. El hombre que lo llamaba tomó al otro por la manga. —¿Por qué no lo recoge? No cuesta nada.
El hombre quedó desconcertado. Miró alrededor y forzó una tímida sonrisa.
—No tiene importancia. Me puedo comprar otro. Después de todo, tal vez sea lo mejor.
—¿Por qué? —El hombre delgado preguntó en un tono extrañamente mordaz.
—No sé que le sorprende. Es un sombrero viejo, del año pasado, y es momento de comprar otro. Y además, está todo mojado. La paja, cuando se moja, se estropea.
—¿Y no convendría entonces recuperarlo antes que se arruine?
—No podría por más que lo intentara. No se preocupe.
—Usted puede. Si se aferra con las dos manos del borde y se cuelga, puede alcanzarlo con su pie.
Y el hombre delgado asomó su trasero sobre el estanque como si quisiera mostrarle al otro cómo actuar.
—Yo lo sostengo de una mano.
La gente rió ante la postura del hombre delgado. Tres o cuatro se levantaron y se acercaron, y le dijeron al hombre que había perdido su sombrero:
—Es mejor que lo recoja. No ganamos nada con un estanque tocado con un sombrero.
—Es cierto. Un sombrero tan pequeño para un estanque tan grande. Tirar margaritas a los cerdos y sombreros al agua. Usted debe recuperarlo.
El hombre que había perdido su sombrero empezó a mostrar su hostilidad hacia la multitud que lo cercaba.
—No vale la pena recogerlo.
—Inténtelo. Si para usted no es bueno, lo puede regalar a algún mendigo.
—Ojalá hubiera caído sobre la cabeza de un mendigo.
El hombre delgado estaba muy serio entre la muchedumbre de jocosos.
—Si sigue perdiendo tiempo, se irá flotando.
Se tomó de una barra de la baranda con una mano y estiró la otra hacia el agua.
—Sosténgase con esta mano.
—¿Se supone que debo recuperarlo?
El hombre que había perdido su sombrero hablaba como si éste no le perteneciera.
—Es su deber.
—Bien. —El hombre se descalzó y se preparó. —Sosténgame con fuerza.
Los mirones fueron tomados por sorpresa, de modo que las risas se apagaron repentinamente.
Tomándose de la mano del hombre delgado con su derecha y colocando la izquierda en el borde del puente, el hombre bajó las piernas usando como guía uno de los pilotes del puente. A continuación dejó colgando uno de sus pies hasta tocar el agua. Así llegó a la copa del sombrero con un pie, y luego con los dedos logró aferrar el ala. Levantó el hombro derecho, se apoyó sobre el codo izquierdo en el borde, y empezó a hacer fuerza con su mano derecha.
En ese momento, cayó al estanque. El hombre delgado, que lo estaba sosteniendo, lo había soltado repentinamente.
—Se cayó.
—Se cayó.
Los mirones gritaban al unísono buscando una mejor ubicación para ver, cuando todos ellos fueron empujados desde atrás y lanzados también al estanque. La risa aguda y clara del hombre delgado podía distinguirse sobre el alboroto. Se iba corriendo por el puente como un perro negro para perderse en la oscuridad de la ciudad.
—¡Se escapa!
—¡Maldición!
—¿Era un carterista?
—¿Un loco?
—¿Un detective?
—¡Es el tengu del monte Ueno!
—¡Es el kappa del estanque Shinobazu!